José Luis Pérez
Para un joven de 28 años que nunca había asistido a la Santa Misa tradicional, he de reconocer que me impresionó sobremanera y superó con creces todas mis expectativas. Si bien es cierto que antes de la peregrinación me había visto varios vídeos y me habían hablado de ella, nada se puede comparar a asistir en persona. La belleza que emana de la Misa Tridentina es tan pura que consigue mantener solemnes y atentos a los fieles en todo momento, tanto es así que, bajo mi humilde opinión, todo católico debe intentar asistir al menos una vez.
Han pasado ya varios días desde aquel momento. El latín, el altar, la solemnidad, la orientación del sacerdote y su vestimenta, los rezos, los cantos gregorianos, la comunión de rodillas y en la boca o los velos que llevaban las mujeres forman unos recuerdos que no se me borrarán jamás de la memoria. El sacerdote rezaba las oraciones en secreto, mientras el coro entonaba el Introito, los Kyries y el Gloria. En medio de todo esto yo asistía asombrado, envuelto en un aura de paz que calaba hasta el fondo de mi alma y me permitía establecer una conexión con el Señor como nunca antes había vivido. Certeras y solemnes fueron también las homilías de los sacerdotes, especialmente para mí la del padre Xavier Català, que llegó a emocionarme con sus palabras.
Tras finalizar la Santa Misa, disponíamos de un breve descanso para cenar. En este tiempo, la organización proporcionaba una sopa caliente y el resto de la cena era compartida entre los peregrinos. Estas pequeñas cenas las guardo con gran recuerdo, debido al ambiente de camaradería que imperaba en ellas. El día concluía con el último acto programado, la Adoración al Santísimo Sacramento. Otra primera experiencia que ha quedado marcada en mi interior, por la solemnidad que regía en el acto y la paz que uno alcanzaba estando de rodillas ante el Señor. Finalmente, volvíamos a las tiendas para descansar y así poder reanudar la marcha temprano al día siguiente.
Las dos etapas restantes transcurrieron de forma muy similar. Al caminar no podíamos evitar echar la vista atrás para contemplar la columna de peregrinos, todos en su capítulo marchando tras su estandarte y su cruz correspondientes. Si bien no éramos los únicos que nos emocionaba ver aquello, puesto que los vecinos de los diferentes municipios que cruzábamos asistían atónitos ante nuestra comitiva. Con lágrimas, sonrisas y aplausos nos recibían y nos animaban a continuar con nuestro camino. Un momento especial en esta peregrinación ocurrió cuando quedaban 5 km para llegar al Santuario. Marchábamos en columna cuando un hombre mayor, ataviado con ropa de jardinería, nos observaba muy atento. Nos preguntó desde dónde veníamos y hacia dónde nos dirigíamos, a lo que contestamos de Oviedo y hacia el Santuario de Covadonga. Sorprendido, comenzó de inmediato a cortar rosas de su propio rosal, para luego entregarlas a los peregrinos que por allí pasábamos. “Para la Santina” nos decía.
Al finalizar tres días de intenso camino aparece el Santuario y el cansancio desaparece. Christus Vincit, Salve Regina, retomando con fuerza los cánticos que nos habían acompañado en la dura marcha nos arrodillamos y entonamos el Laudate Mariam. Hablando al día siguiente en el viaje de vuelta, todos los peregrinos coincidíamos en lo emocionante y vibrante que había sido ese momento de entrada triunfal a la explanada del Santuario.
Con la consagración a la Virgen y el acto final dentro del Santuario, la peregrinación concluía así su primera edición. En esta cita para la historia, se puso la primera piedra para la reconquista de España y la restauración de la Cristiandad en nuestra Amada Patria.
No tengo palabras de agradecimiento suficientes para la organización, ya que pude ver y participar de primera mano en lo complicado que es coordinar un evento de este tipo. Nos vemos, si Dios quiere, en la II edición porque si Cristo llama, la juventud responde unida bajo su cruz.
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