Por Ignacio Giner Ruiz
Distintos grupos de jóvenes fieles
a la liturgia tradicional procedentes de
toda la península peregrinamos a Fátima el fin de semana del 13 al 15 de
septiembre para venerar a nuestra Santa Madre que en los cielos está, y que en
ese sencillo lugar se apareció a tres jóvenes pastorcillos, dando estos claro
ejemplo de verdaderos cristianos.
Los grupos formados partían de
Madrid, Sevilla y Córdoba, aunque había gente de distintas regiones de España.
Los cordobeses salimos los primeros en busca de los sevillanos y fue en Badajoz
donde se unió el grupo de Madrid el cual superaba en número a los andaluces.
Durante el viaje hubo tiempo para
todo, rezamos el rosario, cantamos, reímos y hasta algunos pudieron dormir.
Llegamos de madrugada a Lisboa tan contentos como cansados, y allí nos
recibieron nuestros amigos portugueses con los brazos abiertos.
Al día siguiente y con la
diferencia horaria nos despertamos pronto y con alegría, no había más que ver
la cara de todos nosotros, expectantes a lo que nos deparaba el fin de semana.
Algunos tuvimos la fortuna de estar un rato adorando al Señor antes del
desayuno. Antes de las diez, hora portuguesa, se dividió la expedición en dos
grupos: uno iría a visitar la señorial Lisboa y otro grupo sería embelesado por
la plática de don Alberto González Chaves con palabras de amor, corrección y
sinceridad. Si ya tuvimos suerte los que escuchamos la primera plática, más
tuvieron los que escucharon la segunda que, por lo comentado entre los jóvenes,
fue colosal. Insistió en llevar una vida verdaderamente humana sin dejarse
arrastrar por las pasiones, sobreponiéndose a todos los vicios y defectos que
nos acechan en el día a día, ofreciendo los sufrimientos con alegría y
constancia; en definitiva, seguir el ejemplo de Jesús en el Calvario. En lo
referente a la Virgen, hizo alusión al orgullo que todos tenemos, la vanidad y
el endurecimiento del corazón, que nos impide frecuentemente ser como niños y
dejarnos abrazar por nuestra Madre y Señora, la cual siempre quiere lo mejor
para nosotros.
El grupo se volvió a juntar antes
de comer para asistir a la Santa Misa Tradicional, la que no pasa de moda y
cala en cada uno de nosotros como calan los capotes bien mecidos de los mejores
toreros. De todas las misas a las que he asistido hasta la fecha, fue la misa
en latín oficiada en Lisboa la que más llenó al que escribe. En la fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz, nos vimos envueltos por la lentitud y armonía de
las palabras de don Alberto, que parecían cantos celestiales, la exactitud de
los acólitos portugueses, la pureza de las niñas portuguesas con sus velos
blancos como la nieve y bordados como antaño. Los colores sangre y oro de la
casulla del sacerdote destacaban entre la palidez de aquellas majestuosas
paredes como destaca nuestra bandera en un cielo azul añil. Aparte de adorar al
Creador y recibir el cuerpo de Su Santísimo Hijo, uno podía ser espectador y a
la vez partícipe de un rito ancestral y vivo aún hoy, ya que la tradición es lo
natural al ser humano y por tanto a donde siempre se vuelve para crecer y
llegar a Dios, y quien así no lo crea que me conteste por qué el rito
tradicional atrae tanto a los jóvenes.
Después de comer, agradecimos con
sinceridad al servicio portugués, que nos trataron con mucho respeto y
cordialidad, superando las expectativas que nos habíamos hecho, según lo que ya
nos habían mencionado de ellos.
Sin mucho tiempo que perder,
volvimos a subir al autobús rumbo a Fátima. En el viaje la alegría era
desbordante, fiel reflejo de ello fueron los cánticos patriotas, los cantos,
poesías e historias de don Alberto y los rezos en común. Fue ese viaje una
inyección de moral para un nuevo cambio, fue ese viaje un reducto de gente sana
y alegre por un futuro que conquistar.
Al llegar al hotel y tras el
posterior desorden de asignación de habitaciones, tuvimos todos un tiempo de
ocio. Entonces fue cuando llegó el que faltaba, la última alma ardiendo de la
expedición. ¡Y menudo ardor! Nuestro gran amigo Juanma. Fue su llegada la
inyección de moral, energía y alegría desbordante para todo el grupo.
Ya después de cenar, cada uno
donde buenamente pudo, nos acercamos todos juntos al lugar donde se apareció la
Virgen. Como llegábamos tarde, costumbre española muy mala, por cierto, fuimos
con prisas y llegamos justo a tiempo a los rezos. Aún días después, sigo
reflexionando las sensaciones de aquella noche. La Virgen estaba muy presente;
nosotros no tuvimos la suerte de verla como aquellos pastorcillos, pero sí
sentirla. La devoción esa noche era máxima, un recuerdo impactante fue la
penitencia de muchos fieles al cruzar de rodillas todo aquel santo lugar hasta
donde estaba la Virgen.
La inmensidad de aquella obra,
con tanta gente y las velas por lo alto de nuestras cabezas fue una imagen
bonita que se graba a fuego en el recuerdo. Muchos, estoy seguro, se lo
contaremos a nuestros nietos. Luego se procesionó una cruz iluminada y la talla
de la Virgen.
El domingo nos levantamos pronto
para asistir a misa en la capilla del hotel. Inteligentemente, nos citaron
quince minutos antes de la hora para evitar impuntualidades. La misa se celebró
con la devoción habitual.
Después del desayuno y tras un
rato de organización de maletas y demás enseres, y con el calor ya avisando,
partimos en desorganizada pero devota procesión hacia el Vía Crucis por el
Camino de los Pastorcitos. Como siempre, el pueblo íbero es fiel a sus
costumbres.
En el Vía Crucis, se inunda uno
en su propio mundo para reflexionar, sufriendo las últimas ráfagas del calor
estival. Los músculos entumecidos por las largas horas de pie y las
genuflexiones en piedra viva hacen aumentar la fe y disminuir el ego. No sé
cómo, en un momento, Javi elaboró en un momento la gran Cruz de guía que portó
en el Vía Crucis. Se rezaba cada estación en portugués, español y latín. Entre
las reflexiones de cada estación, aprovechamos Juanma y un servidor para
enarbolar una bandera de España con el Sagrado Corazón de Jesús en una rama
vieja de encina, la atamos con mi escapulario del Carmen y con un cordón
portador de un crucifijo de Lourdes que nos prestó una niña de muy agradable
sonrisa. Lourdes, ¿próximo destino? ¡Quién sabe!
Durante todo el viaje, pero
especialmente en el tiempo del Vía Crucis, D. Alberto y el P. Vasco fueron
oyendo las confesiones de todos los peregrinos que quisieron acercarse a ellos
para recibir el perdón de los pecados.
Al terminar, se rezó una Salve
rociera a gusto del pueblo portugués y de manera improvisada y con la mirada
fija en el Crucificado erigido al final del Vía Crucis, se alzó la voz al aire
para entonar la canción cristera: Viva
Cristo Rey.
A continuación, nos dirigimos
hacia la casa de los pastorcitos, donde muchos aprovechamos para comprar algún
artículo religioso que después fue bendecido por don Alberto. Más tarde visitamos
la Basílica del Rosario.
Después de comer, ya tocaba partir.
La despedida fue triste porque se terminaba esta experiencia tan bonita por
engrandecer el alma y por hacer nuevos amigos que serán las bases del futuro.
Debemos expresar nuestro agradecimiento a Borja que cohesionó y coordinó el
grupo y muchos extremos de la peregrinación, y por supuesto a nuestros hermanos
portugueses por su acogida y por el gran ejemplo que nos han dado.
Para ir rematando el tercio, cabe
decir en estas breves líneas que ahora es nuestro momento. Fátima fue nuestra
inyección pero ahora toca trabajar y hacer nuestra labor de apostolado en el
día a día, ahora toca aprender a sufrir y con ello reír en las adversidades,
reflexionar y actuar, en definitiva: Oración-Formación-Acción. Y todo esto, siempre,
unidos bajo una misma bandera y fe y fundamentados en la Santa Misa
Tradicional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario