Manuel Arrebola Vacas
Vivimos tiempos en los que el desasosiego reina en nuestro espíritu al ver cómo la
confusión y la apostasía campan a sus anchas en nuestra amada Iglesia Católica y cómo
nuestra gran España es denigrada y atacada sin piedad desde distintos frentes buscando su
desintegración. Y he aquí que, de la mano de unos jóvenes católicos laicos, y sin filiación política
alguna, sólo por amor a su Iglesia y a su patria, surge la posibilidad de ofrecer oraciones,
sacrificios y mortificaciones por la Iglesia y por España peregrinando durante tres días desde la
Catedral de Oviedo (donde se custodia el Santo Sudario que cubrió el rostro de nuestro Señor
Jesucristo en su descendimiento de la cruz) hasta la Basílica de Covadonga (lugar en el que se
inició la reconquista cristiana de la Península Ibérica) llegando el día de Santiago Apóstol
(Patrón de España). Y todo ello aderezado con la celebración del Santo Sacrificio de la Misa con
el Missale Romanum de 1962, heredero último del misal con el que asistieron a la misa la
práctica totalidad de nuestros santos. Había que estar ahí, por la Iglesia, por España, y para
poner mi granito de arena en la difusión de ese gran Tesoro del catolicismo que es la Misa
Tradicional, desconocido por la mayoría de católicos en la actualidad y por mí mismo hasta
hace poco tiempo. Parafraseando la parábola de la perla preciosa podría decir que para mí la
Misa Tradicional “es semejante a un comerciante que busca perlas finas, y que cuando
encuentra una de gran valor, va, vende todo lo que tiene, y la compra” (Mt. 13, 45-46).

Desde la organización son claros: Se trata de una peregrinación penitencial. Hacer unos cien kms. en tres días, caminando por la difícil orografía asturiana y en unas condiciones de
descanso e higiénicas precarias es para pensárselo. Y, cómo no, surgen dudas. Pero ante esas
dudas emerge el lema de la peregrinación: “Sé de quien me he fiado” y brota de los labios el
“Fiat” y el abandono, aceptando lo que venga en la confianza de que Él está al mando.
Han sido tres días duros, de calor sofocante, de kilómetros que parecían infinitos, con
cuestas interminables y bajadas que daban vértigo. Tres días de sufrimiento físico pero de
mucho gozo espiritual. Tres días en los que hemos podido palpar a Dios. Un Dios, más Padre
amoroso que nunca; que cuando fallaba el ánimo nos reconfortaba con una meditación a
propósito del capellán; que acortaba los kilómetros con la charla de un peregrino hasta
entonces desconocido; que cuando escaseaban las fuerzas te ponía una manzana en el camino
o un arándano ofrecido por un paisano; que cuando escaseaba el agua colocaba una fuente en
el camino o te ofrecía la de un compañero de viaje que renunciaba a ella con una sonrisa en la
boca; que cuando faltaba el aire te acariciaba con una inesperada brisa fresca; y que a cada
paso te aliviaba la fatiga con las vistas inigualables de su creación.

Han sido tres días en los que se ha podido apreciar el rastro del obrar de Dios, de cómo
sus planes no son nuestros planes y cómo nuestros caminos no son sus caminos. Resulta
impensable, humanamente hablando, que cientos de jóvenes se hayan sentidos atraídos por
una liturgia casi proscrita de la que nadie habla, en la que no han sido formados y a la que la
mayoría no tiene acceso y si lo tienen es muy complicado. Cientos de historias particulares,
cientos de caminos distintos e insospechados. Y todos confluyendo en el momento y lugar
determinado. ¿Verdad, amigos de Burgos?

Resulta paradójico que la gran defensora de un rito tan antiguo como el Rito Latino
Tradicional, “la misa Tradi” como ellos simpáticamente la llaman, pudiera ser la juventud. Una
juventud con espíritu de sacrificio que, superando las adversidades, ha llenado estas tres
jornadas de alegría, de respeto y de civismo, consiguiendo que la convivencia, tanto en las
marchas como en los campamentos, a pesar de las numerosas dificultades propias de un
evento así, haya transcurrido en perfecta armonía. Un rayo de luz al final del túnel. Hay
Esperanza.
Hay que hacer una referencia especial a los numerosos sacerdotes y seminaristas que,
sacrificando días de descanso de su actividad cotidiana, han realizado la peregrinación. La
mayoría de ellos acompañando a pie a uno de los capítulos y a cargo de su atención espiritual y
religiosa. Todos ellos han dado un auténtico testimonio de abnegación, sacrificio, vocación de
servicio y amor a Cristo. El rezo del Santo Rosario, diversas meditaciones y las confesiones de
numerosos peregrinos han sido parte esencial de las marchas diarias.

Sin duda alguna, el cénit de la peregrinación ha sido la celebración solemne del Santo
Sacrificio de la Misa en la Basílica de Covadonga. Las tres jornadas de marcha no podían tener
una mejor culminación. Si bien los días anteriores se habían celebrado misas solemnes de
campaña en los campamentos, ahora el Santo Sacrificio se celebraba con todo su esplendor y
sacralidad en el marco para el que había sido concebida la liturgia del rito latino anterior a 1970.
La majestuosidad del templo y la sonoridad que proporciona a los acordes del órgano y al canto
gregoriano, elevan el espíritu hacia Dios y envuelve al peregrino en una atmósfera que propicia
la asimilación de la grandiosidad de lo que allí se celebra.
Hay que felicitar a la organización y a los voluntarios por su impagable labor. Por
supuesto que todo es susceptible de mejora, todo tiene sus luces y sus sombras, y aunque en
este caso sean muchas más las primeras que las segundas, me consta que desde la
organización son conscientes de ello y seguirán trabajando incansablemente para reducir las
sombras al mínimo. El rumbo marcado es el correcto, queda perseverar. Pidamos a Dios que les
dé fortaleza para aventar la parva y también sabiduría para reconducir los diversos caminos
seguidos por los peregrinos para llegar hasta Nuestra Señora de la Cristiandad, al único camino
que lleva a la eternidad: Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida. De conseguirlo, esta
peregrinación podrá ser fiel reflejo de la parábola del grano de mostaza, convirtiéndose en
germen del rito tradicional latino en España y contribuyendo con ello a la restauración del
espíritu de la Cristiandad y al orden social cristiano.
Laetare Mater, Hispania tua est.