En el segundo
aniversario del óbito del inolvidable Benedicto XVI, tenemos el gusto de poner
a la disposición de todos los hispanohablantes la homilía que el R. P. Louis-Marie de Blignières, FSVF,
fundador de la Fraternidad San Vicente Ferrer, eminente figura de la salvaguarda
de la misa tradicional desde los años 70 y, además, amigo personal del cardenal
Ratzinger, pronunció en la misa de Requiem por el eterno descanso del papa
alemán en el convento Santo Tomás de Aquino en Chémeré-le-Roi (Francia).
Benedicto XVI fue un alma contemplativa y de un singular celo apostólico, discreta y valiente,
cooperador de la verdad, difusor del amor de Dios, defensor de la Iglesia y
guardián de la tradición litúrgica y disciplinar católica. Él recordó a la
Iglesia que “lo que para las generaciones
anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no
puede ser improvisamente totalmente
prohibido o incluso perjudicial”. Con su magisterio nutrió nuestro
conocimiento y afianzó nuestra voluntad en las verdades eternas.
Agradecemos al
R.P. Prior, Augustin-Marie Aubry, FSFV, y al R.P. de Blignières, FSFV, el
permiso para publicar en castellano este sentido homenaje a Benedicto XVI en su
dulce memoria.
Homenaje a Benedicto XVI
Para la Iglesia, Benedicto XVI
fue, durante casi medio siglo, en contraste con el relativismo, el egoísmo y la
desesperanza, una epifanía cristiana de la Verdad, la unidad y la alegría.
Colaborador de la Verdad
Lo que más destaca en el
recorrido de Benedicto XVI es su preocupación por abrir a los hombres el camino
de la verdad en el difícil contexto de la modernidad. Para lograrlo, comprendió
los desafíos del momento: percibió la pérdida de la dimensión metafísica en la
inteligencia humana y vió el declive de la teología de la Creación, que ve en
la naturaleza y el cuerpo humano una expresión del mensaje de la sabiduría de
Dios.
Esta perspectiva ha guiado su
presentación doctrinal de la fe. De las conferencias sobre la catequesis en
Lyon y París en 1983, hasta el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendium
en 1992 y 2005. Ella explica su insistencia en la armonía entre la fe y la
razón, desde Veritatis Splendor y Fides et Ratio (en las que
colaboró en 1993 y 1998), hasta los discursos de Ratisbona y del Colegio de los
Bernardinos en 2006 y 2008, pasando por la maravillosa conferencia en la
Sorbona en 1999 sobre el cristianismo como religio vera.
En nuestra época de vacilación y de duda, recordó a una Europa que se hunde en
el nihilismo la pertinencia de la ley natural, el respeto al ser humano y a la
creación, y la necesidad de «hacer visible la fe como la alternativa que el
mundo espera tras el fracaso de la experiencia liberal y marxista» (1).
Recuerdo el día en que le dije
que fue gracias al amor a la Verdad que se reflejaba en sus obras que pude
recuperar la comunión jerárquica... Me dio la sensación de que eso le conmovió.
Gracias, Benedicto XVI, por haber
sido, para mí y para tantos otros, una encarnación atrayente del amor a la
Verdad.
Artesano de la unidad
Toda su vida, Benedicto XVI fue
sensible a la unidad como fruto y prueba de la Verdad. Esta preocupación estaba
vinculada en él al cuidado de la continuidad del magisterio, que es su garante.
Fue esta sensibilidad la que lo llevó a distanciarse rápidamente, después del
optimismo en torno a la renovación esperada del Concilio, respecto de aquellos
que veían en él la oportunidad de una revolución, un super-dogma y un comienzo
absoluto. Esto explica la fundación de Communio como respuesta a Concilium.
Esta preocupación por la
verdadera unidad fue la luz que guió sus acciones. Primero, su oposición como
teólogo, luego como arzobispo de Múnich, al los von Rom (el
distanciamiento de Roma). Más tarde, su rechazo a la ruptura sin precedentes
introducida por la prohibición de los antiguos ritos.
Benedicto XVI tenía una profunda
conciencia de que la unidad católica a lo largo del tiempo es garante de la
unidad en la fe. A continuación, sus esfuerzos por corregir las falsas
concepciones sobre la naturaleza del Pueblo de Dios, sobre las relaciones con
otras religiones y sobre el ecumenismo... especialmente en el año 2000 con la
declaración Dominus Iesus. Y, desde el 22 de diciembre de 2005, su deseo
de interpretar el Concilio Vaticano II según una «hermenéutica de la reforma en
la continuidad».
Finalmente, su lucha contra la
decadencia de la cristología, a través de la lectura de la Escritura en la
analogía de la fe. Lejos de un Jesús puramente empírico, Benedicto XVI devolvía
su lugar central al título de Hijo en su sentido metafísico. Y se oponía a una
noción burocrática de la comunión eclesial, al poner nuevamente en valor la
realidad del Cuerpo místico, y la piedad filial hacia la Iglesia y de su ser
histórico (2).
Recuerdo aquel día de julio de
1988, cuando, en compañía de los sacerdotes fundadores de la Fraternidad de San
Pedro, le pregunté si había un lugar en la Iglesia para sacerdotes que nunca
celebraran el nuevo rito y que nunca hicieran un cisma. Nos respondió: «La mano
que la Iglesia tendió a monseñor Lefebvre sigue abierta para quienes deseen cogerla».
(3)
Gracias, Benedicto XVI, por haber
sido, para mí y para tantas personas, artífice de unidad en la Verdad.
Siervo de nuestra alegría
Un tema constantemente presente
en Benedicto XVI es el de la vida eterna. Reaccionó contra la reducción
horizontal de la escatología a la utopía de un «mundo mejor» y de la paz
terrenal como bien último, utopía que, lamentablemente, ha llegado a ser «el verdadero
objeto de la esperanza y el verdadero criterio ético». «Apenas la fe en la vida
eterna juega ya un papel en la predicación actual», lamentó, viendo en ello «la
amenaza de una reducción radical del contenido de nuestra fe» (4).
Todo su ministerio fue un himno a
la esperanza en la vida eterna. Ciertamente, enfrentó los desafíos culturales y
políticos de su tiempo, pero lo hizo como «siervo de nuestra alegría», según la
definición de su ministerio petrino, dada durante su misa de entronización.
Nuestra profunda alegría está en el Reino de Dios, en la caridad mutua de los
cristianos, en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña… que son el
comienzo de la vida eterna.
¿Cuál es el matiz propio de
Benedicto XVI en este servicio de la alegría cristiana? La belleza. La belleza
de la liturgia, del arte cristiano, de la vida cristiana. A través de una
valiente preocupación por la justicia, restableció los derechos del uso antiguo
del Misal romano. Porque debe «gozar del respeto debido por su uso venerable y
antiguo» (5), pero también por la belleza de este rito, que transmite la
sacralidad y fomenta la adoración. «Había olvidado cuán profundamente las
oraciones de este Misal llevan a la adoración», decía él después de haber
celebrado nuevamente esta misa en una comunidad Ecclesia Dei. (6)
«La belleza es también reveladora
de Dios», decía en Barcelona en 2010, «porque, como Él, la obra bella es pura
gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo». El amor por la belleza
de la vida cristiana fue evidente en la forma en que Benedicto XVI combatió lo
que la corrompía en la vida de la Iglesia. ¿De dónde le vino esa inusual
valentía de decir siempre la verdad sobre el mal y la fealdad, desde su famoso
libro Informe sobre la fe en 1985, hasta las medidas contra los
escándalos de moralidad en la Iglesia, pasando por la predicación del Vía
Crucis de 2005?
La respuesta está en su
sensibilidad a la belleza del amor. En su radiante humildad. En su alegría
espiritual. Sabía que el mal nunca es finalmente vencedor. Cuando Blaise Pascal
habla de los santos y de Cristo, no podemos evitar pensar en Benedicto XVI: «Los
santos tienen su imperio, su brillo, su victoria, su lustre, y no tienen
necesidad ninguna de las grandezas carnales o espirituales [en el sentido de:
intelectuales]. Los ven Dios y los ángeles, y no los cuerpos ni los espíritus
curiosos: Dios les basta. […] Hubiera sido inútil a Nuestro Señor Jesucristo
venir en rey, para brillar en su reino de santidad; pero vino perfectamente con
el brillo de su orden.» (7)
¿Cuál es “El brillo de su orden”,
para Benedicto XVI? El de la Verdad en la humildad. Como un Cordero de Dios,
tocó los corazones por la grandeza de la inteligencia unida a la delicadeza del
amor. «A la verdad le falta el poder directo, tanto más, cuanto más noble se
presenta. […] Cuanto más noble es la verdad, tanto más fácil es que las
realidades vulgares tiendan a soslayarla, ridiculizarla y tanto más necesitará
gran prestancia de espíritu.» (8)
Gracias, Benedicto XVI, por haber
sido, para mí y para tantas personas, un «amante de la belleza espiritual» (9)
y un servidor de nuestra alegría.
R.P. Louis-Marie de Blignières, FSVF
NOTAS
1. « rendre visible la foi comme l’alternative que le monde attend
après la faillite de l’expérience libérale et de celle de type marxiste »
Traducción del traductor de la homilía. Discurso a los presidentes de las Comisiones
doctrinales de las Conferencias Episcopales Europeas, 2 de mayo de 1989
2. Redescubrimiento al que
contribuyeron los discursos de las audiencias de los miércoles sobre los
apóstoles, los Padres de la Iglesia y los santos.
3. « La main que l’Église a tendue à Mgr Lefebvre reste ouverte pour ceux
qui veulent la saisir ». Traducción del traductor de la homilía.
4. « C’est à peine si la foi en la vie éternelle joue encore un rôle
dans la prédication aujourd’hui », « la menace d’une réduction
radicale du contenu de notre foi ». Traducción del traductor de la homilía.
Discurso citado del 2 de mayo de 1989.
5. Motu proprio Summorum
Pontificum del 7 de julio de 2007, artículo 1.
6. « J’avais oublié à quel point les prières de ce Missel portent à
l’adoration ». Traducción del traductor de la homilía.
7. Blaise Pascal, Pensamientos,
Biblioteca virtual universal, 2003, n. 793
8. Romano Guardini, El Señor, Ediciones
Cristiandad, 20063.
9. Regla de san Agustín.
R. P. Louis Marie de Blignières FSVF
No hay comentarios:
Publicar un comentario